El marketing es sin duda la mayor herramienta cultural desde hace varias décadas para moldear nuestros comportamientos, sin embargo brilla por su ausencia en todos los sistemas de reporte de la sostenibilidad. Sólo unos pocos lo mencionan y únicamente para reportar denuncias y condenas por faltas a normas vigentes. Dime de qué no hablas y te diré hacia dónde vas.
Todos hemos sufrido y sufrimos intentos o violaciones a nuestra buena fe, por lo que la frase final del párrafo anterior se convierte en escandalosa al revelar que casi todo el sistema global oculta lo que realmente nos convierte en carne de cañón de quienes sostienen un sistema de consumo que protege a las empresas y gobiernos que debieran aplicar las normas, mientras nos condena a ser manipulados y engañados.
¿Quién no fue víctima de un intento o hecho en donde un supuesto encuestador buscó engañarlo para obtener información personal? ¿Quién no se dio cuenta que desde una red social nos ofrecen bienes que hemos estado buscando, sin que se nos permita emitir opinión sobre si lo queremos? ¿Quién no vio productos ofrecidos con engaños sobre su contenido –alimento en base a leche (con la palabra leche bien grande), o los productos “light”, “bajas calorías”, etc. o publicidades que profundizan nuestros miedos a la vejez o enfermedad mientras prometen juventud y salud que no pueden garantizar?
¿Quién no se vio engañado por contratos de adhesión que en su letra chica desnaturalizan lo que prometen en sus publicidades? ¿Quién no recibió promesas de garantías o servicios posventa que luego no se cumplen?
¿Quién no vio publicidades con contenido sexista, discriminatorio, agresivo, temeroso, competitivo, ansioso, angustiante, fóbico o inclusive paranoico? ¿Quién no se ha sentido presionado por un vendedor, sistema de plataforma o anuncio que le exige “llame ya” o lo amenaza con subas de precios instantáneas si no compra de inmediato?
¿No les parece extraño que el deporte esté asociado al consumo de bebidas carbonatadas de alto valor calórico, hipersódicas, azucaradas o con alcohol? ¿Será por eso que se han resistido en todos lados al etiquetado frontal que nos advierte? ¿O que la comida basura –golosinas, etc.- se exhiben en la parte más baja de los kioscos a la vista de los más pequeños?
¿Quién no se ha sentido engañado por precios que ocultan importes adicionales, limitaciones que requieren pagos adicionales, o financiaciones que ocultan su verdadero costo financiero total?
Zigmunt Bauman en “Miedo Líquido” (2010) dice que “la economía de consumo depende de la producción de consumidores y los consumidores que hay que producir para el consumo de productos “contra el miedo” tienen que estar atemorizados y asustados, al tiempo que esperanzados de que los peligros que tanto temen puedan ser forzados a retirarse y de que ellos mismos sean capaces de obligarlos a tal cosa (con ayuda pagada de su bolsillo, claro está)”.
Si lo que vivimos y dice Bauman y muchos otros es cierto, ¿por qué casi ninguna de las instituciones –incluida la ONU con sus ODS y casi todas las normas de reporte de la sostenibilidad aplicables a empresas y gobiernos- se preocupa por el tema?
Quizás por eso vemos que la 27° Cumbre climática (COP27) se está realizando en Egipto, un país con graves violaciones a los derechos humanos, auspiciada entre otros por Coca Cola, la mayor productora mundial de plásticos de un solo uso.
Si se ‘googlea’ las quejas de consumidores en cualquiera de las marcas, los productos o servicios que se ofrecen masivamente, encontrarán miles o millones de ellas. Y si logran estadísticas sobre quejas formales en “oficinas de defensa del consumidor” que no todas muestran, verán cuantos llegan a esas instancias luego de un peregrinar administrativo digno de un vía crucis.
Tampoco verán en los informes y reportes de sostenibilidad de las empresas, la escasa información que se les requiere. Pero sí encontrarán decenas de leyes que dicen regular las relaciones de comercialización, etiquetado, exposición, regulación de precios y condiciones del servicio o la postventa de los productos, que pocos conocen y nadie controla.
Esto ocurre a escala global, sin que medios masivos nos adviertan de ello, quizás porque esos mismos productores, comercializadores y prestadores de servicios son sus principales anunciantes. Ni que las mayores organizaciones mundiales en sostenibilidad siquiera se preocupen por nosotros, los consumidores.
Si están leyendo esta nota, es porque este medio no oculta lo que la mayoría nos invisibiliza, hasta el punto en que llegamos a considerarnos “personas complicadas” si nos animanos a expresarlo y terminamos siendo culpables, por falta de información, por ser compradores compulsivos o irresponsables, cuando se trata de actividades muy bien planificadas por los oferentes, sin derecho al pataleo, solo evitables con un gran esfuerzo personal.