La mayoría de las referencias a la mujer se relacionan con una huella, un pie de página, una idea olvidada, como si la fuerza de la historia patriarcal se hubiera posado sobre su cabeza, esperando que, de una vez por todas, su nombre y sus descubrimientos se evaporaran. Ella era hija de Isaac Newton. Labrador, su padre. La manzana había caído un par de siglos antes.
Eunice Newton, que así la bautizaron, fue investigadora. También activista de los derechos femeninos. Su firma puede leerse junto a las de otras que reclamaban algo más que el derecho al voto. Paradójicamente, no hay demasiadas huellas de su vida. Y todas la refieren como Eunice Foote, el apellido de su esposo.
Aquella declaración sobre los derechos de la mujer data de 1848. Reunidas en Seneca Falls, Nueva York, decenas firmaron una declaración paradigmática.
Decían: “Decidimos:(…) que la mujer es igual al hombre – que así lo pretendió el Creador- y que por el bien de la raza humana exige que sea reconocida como tal”.
“Que las mujeres de este país deben ser informadas en cuanto a las leyes bajo la cuales viven, que no deben seguir proclamando su degradación, declarándose satisfechas con su actual situación ni su ignorancia, aseverando que tienen todos los derechos que desean.”
Eunice Newton fue una de aquellas 67 firmantes. Su esposo, Elisha Foote también lo hizo. Juez, especialista en patentes e inventor, era su marido desde hacía más de siete años. Fueron 32 los hombres que dejaron su huella debajo del aquel texto. El apellido de Foote sería una especie de sombra para Eunice por casi dos siglos, hasta que un investigador minucioso volvió a mirar al trasluz. Se dio cuenta que ella fue la primera persona en descubrir que el dióxido de carbono se calentaba con mayor facilidad ante la presencia del sol, provocando un efecto invernadero.
Eunice Newton había nació en el verano boreal de 1819. A contramano de los guiones sociales de la época, se formó en el Troy Female Seminary, que apenas unos años antes había fundado Emma Willard. Estudio química y biología en las mismas aulas por las que pasó Elizabeth Cady Stanton, una de las líderes de la declaración de Seneca Falls y reconocida luchadora por la igualdad de razas.
Con aquella formación básica, Eunice comenzó con sus experimentos. El nombre de su padre, agricultor, empujaba las manzanas de sus pensamientos hacia una gravedad a la que los gases no parecían obedecer. Ancestralidades.
”El aparato experimental era simple: un cilindro de vidrio de 4 pulgadas de diámetro y 30 pulgadas de largo, en el que colocó termómetros”, explica Roland Jackson su trabajo “Eunice Foote, John Tyndall and a question of priority”, publicado en Londres en 2019 por la revista académica Notes and Records.
En uno de los tubos, Eunice introdujo oxígeno y vapor de agua. En otro, dióxido de carbono. Pudo determinar entonces que en el segundo tubo la temperatura se elevaba de manera considerable.
A John Tyndall se le atribuye el descubrimiento del dióxido de carbono como causal del efecto invernadero que produce el calentamiento global. Realizó experimentos similares a los de Eunice en 1859, tres años después de que la mujer asistiera, acompañando a su esposo, a la décima reunión anual de la American Association for the Advancement of Science (AAAS).
En esa reunión, Elisha Foote presentó un trabajo sobre “sobre el poder de calentamiento de los rayos del sol”, según consigna Raymond P. Sorenson. Al estudio de Newton lo esperaba una voz masculina. Lo presentó el físico Joseph Henry. Y los detalles no constan en las actas.
Los hombres presentes escucharon a Henry decir: “la ciencia no tiene país, ni sexo. Las esferas de la mujer no pueden circunscribirse solamente a los ámbitos de la belleza, sino también tienen lugar en lo verdadero”. Newton escuchaba en silencio.
En sus experimentos, Eunice “no solo demostró la absorción del calor de la radiación solar por el dióxido de carbono y el vapor de agua, sino que también postuló una conexión directa con su variabilidad como posible causa del cambio climático”, escribe Jackson.
Las mujeres de Seneca Falls reclamaban la voz. Y el voto. “Que la igualdad de los derechos humanos es consecuencia del hecho de que toda la raza humana es idéntica en cuanto a capacidad y responsabilidad.”
Los rastros del trabajo de Eunice Newton solo pueden seguirse nombrando el apellido de su esposo. Foote. La historia oficial dice que Tyndall publicó, en 1861 los primeros análisis cuantitativos de la incidencia del dióxido de carbono en la atmósfera. Sus experimentos eran similares a los de la mujer.
Si las hubo, el tiempo histórico no conservó imágenes de Eunice Newton. Sí puede vislumbrarse la figura de Elisha Foote, el juez e inventor, en algunos sitios web. La mujer comenzó a emerger desde los pie de página de la historia hace apenas una década. Cuando la idea de cambio climático se hizo piel. Y la incidencia de los gases de efecto invernadero clamor de cambio. Se desprendió una huella. Una voz. Para millones. Que aún reclaman derechos.