1: Laos
Llegamos a Laos, y cuando quisimos sacar la visa para China nos enteramos que en todo el país no existe ningún centro de aplicación para visas. Sí, fue error nuestro, sabíamos que la visa no se sacaba en las embajadas, pero supusimos que en todos los países existía alguna oficina para solicitar la visa. No, solo se hace en un puñado de países.
2: Japón
Llegamos a Japón. Lo primero que hicimos fue sacar plata de nuestra cuenta argentina y lo segundo fue perder la tarjeta, claro que recién lo supimos varios días después. Aunque todavía quedaba algo en la cuenta que habíamos abierto en Nueva Zelanda, no era suficiente para continuar el viaje como teníamos planeado. Ahí empezaron las dudas, y se abrieron los senderos de las decisiones. Si no lográbamos que desde Argentina nos resolvieran el problema de la tarjeta, teníamos que pensar cómo seguir: la única opción aceptable era saltearse China, e ir directo a Filipinas. De esa forma no tendríamos que pagar las carísimas visas chinas y nos íbamos a un país más barato. Otro ingrediente en la ecuación era el clima: teníamos que viajar en una época que en Pekín la temperatura máxima es de 5° y la mínima puede ser de -10°. Y el tercer condimento era el año nuevo chino. Nuestra estadía coincidiría con todo el período de festejo. Pros: ver los festejos en la propia China. Contras: transporte mucho más caro, hoteles más ocupados, dificultad para reservar ambas cosas. Con todo eso, ¿seguimos queriendo ir? Nos preguntábamos, y un día decíamos Sí y al otro No. Y la indecisión nos estresaba, y lo de la tarjeta nos estresaba y Japón es caro (y eso siempre estresa). Cuando ya nos quedábamos sin tiempo para decidir, desde Argentina llegó la buena noticia: la madre de Lu logró que desbloquearan una tarjeta de débito.
3: La visa
La visa china es complicada. Te piden tener comprados pasajes de ingreso y egreso al país y reservados los hoteles durante toda tu estancia. Y pagar bastante. Una vez presentado todo, la cosa ya es rápida, a los 4 días la retirás.
4: Las dudas
En administración se estudia la toma de decisiones en distintos escenarios: con certeza y bajo incertidumbre, y se descarta la posibilidad de poder decidir conociendo todas las variables implicadas en la situación. Se llama decisión racional a aquella que lleva a elegir la mejor opción con la información conocida, y como siempre conocemos parte de las variables, los humanos (con suerte) tomamos decisiones de racionalidad limitada. El 20 de enero conseguimos nuestra visa, exactamente el mismo día que el presidente de China reconoció que estaban teniendo un problema y dio las primeras instrucciones de cómo enfrentar el virus. Al día siguiente empezó a hacerse fuerte el rumor de que el Coronavirus era cosa seria, pero no se hablaba de la posibilidad de cerrar todos los atractivos. Algo que sí se dijo al otro día, el 22 de enero. Nuestros pasajes estaban fechados para el 26. El 23 y 24 fueron días de leer muchas cosas, algunos decían que todo estaba cerrado, otros que habían podido ir a la Gran Muralla. Algunos que tenían miedo, porque el virus se contagia antes de saber que lo tenés; otros, que se podía viajar tranquilo. El 24 a la tarde leímos que estaba confirmado que no se podía ir a la Muralla, y parecía que la lista de lugares bloqueados iba a crecer.
5: Resignación
El 25, a la mañana, caminamos hasta la oficina de la compañía aérea, era sábado y estaba cerrada. Volvimos caminando con la resignación de un condenado. Vamos y vemos qué pasa. Vamos y vemos, si es tan malo como pintan, nos vamos rápido, y si se puede nos quedamos.
6: La llegada
La escala en Shangai arrancó con entusiasmo, finalmente estábamos en China, no se veía nada de paranoia, el aeropuerto estaba tranquilo, poca gente. Estrenamos las VPN y pudimos conectarnos a internet que era uno de nuestros miedos. No recuerdo por qué, pero revisé los mails y encontré uno de un emisor chino, que decía Urgent Notice”. Lo abrí con miedo, y el mail decía que esa noche podíamos dormir en el hotel de Pekín, pero que cerrarían al día siguiente y teníamos que buscar a dónde irnos. Ahí cambió todo el cuento chino, la alegría se transformó en angustia y desconcierto. Qué hacemos en un país bajo amenaza de epidemia, donde casi nadie habla un segundo idioma y en un hotel al que llegamos a la 1:00 a.m. y nos tenemos que ir a las pocas horas, sabiendo que muchos hoteles están cerrados…
7: Hotel casi abandonado
En el bus, desde el aeropuerto al centro, perdí los guantes. Lu ya había perdido los suyos, pero habíamos encontrado dos de diferentes pares, me prestó uno y así andábamos, con un guante cada uno. Llegamos al hotel de Pekín, parecía abandonado, había cáscaras de maní y girasol que formaban montañas, envoltorios de galletas y papas fritas por el piso, no encontrábamos cómo prender la luz, en un momento encontramos un gato dormido, había botellas de gaseosas por la mitad, vasos servidos sin tomar, colillas y cenizas de cigarrillos por todas partes. ¿Llegaron los zombies y se comieron a la gente? Encontramos unos clientes, pero no había forma de encontrar ningún empleado. Después de una hora, revisando la computadora de la recepción encontramos nuestros nombres y un número, golpeamos la puerta de la habitación correspondiente y nos atendió un chino que nos insistía que no teníamos que estar ahí porque iban a cerrar. Después encontramos una empleada, que ya nos había visto y se había hecho la estúpida; vino el chino anterior y también era empleado. Después de discutir un poco nos dieron la habitación.
8: Tianmen con mochila
Encontramos un nuevo hotel. Antes de ir recorrimos la plaza Tianmen, una de las plazas más grandes del mundo, con todas las mochilas, mala decisión. En el hotel nos pusimos a leer noticias y la cosa se estaba complicando. Casi todas las actividades estaban cerradas. Ya no se podía salir de Pekín en bus, y empezaban los rumores de que algunos países estaban cerrando la frontera con China. Salimos a buscar un restaurante y estaban todos cerrados, terminamos comiendo en un combini tipo 7-Eleven. Pasamos por las Torres de la Campana y del Tambor, también estaban cerradas y solo algunas personas daban vueltas y jugaban en la plaza, un par de niños andaban en bicicletas custodiados por sus padres, dos señoras conversaban. En ese microclima nada parecía indicar lo que se venía, solo parecía una tarde tranquila de invierno en una ciudad con pocos colores. Cuando me estaba bañando sentí un dolor que empezaba a crecer en la cintura, nunca sentí un dolor moverse tan rápido. Empezó detrás de la pierna derecha, hice un movimiento y ya estaba instalado en la nalga, me moví para cerciorarme qué estaba pasando y antes de darme cuenta ya lo tenía mordiéndome la cintura como uno de esos perros que traban la mandíbula y no pueden soltar a la presa. Salí del baño rengueando y cuando quise acostarme, no podía inclinarme. El combo Tianmen + mochila + estrés me pasaba factura.
9: La Gran Muralla
Encontramos a un yankee” que tenía el contacto de un chofer para ir a la muralla. Era caro, pero era la única chance de verla. Vamos. Me costó sentarme en el auto y cada movimiento que hacía era una patada de Chiqui Pérez en la cintura. Llegamos, para subir a la Muralla había miles de escalones irregulares, casi lloro pensando que no iba a poder hacerlo. Apenas nos bajamos del auto (algo que demoré bastante en hacer) vino un señor con el brazalete rojo y amarillo a decir que no se podía. Nuestra chofer y el yankee ya habían subido un tramo. Como perro rengo, lo ignoré y seguí subiendo de a poco, mientras Lu aceleraba para buscar a la chofer para que nos ayudara. Llegamos a un punto que habían bloqueado el camino, hasta ahí llegaríamos. Agradecí no tener que seguir subiendo. Bajamos y fuimos a ver el dique del que caía agua congelada, y después nos subimos al auto. Pasamos por un lago congelado y parecía que no íbamos a frenar, Lu estaba como los perritos cuando pasan frente a un parque con pelotas, niños jugando, fuentes tirando agua y gente comiendo en el pasto y no los dejan quedarse. Le pedimos a la mujer que frene. Lu bajó corriendo de la felicidad, yo llegué al lago dos minutos después. Y la felicidad era total, no importaba todo el contexto. Era ver a Lu sonreír y sentir felicidad. Nos abrazamos mirando la muralla y parecía que todo lo vivido valía la pena.
10: Hospital
Llegamos al hotel y el dolor ya era insoportable, no podía sentarme ni pararme. Quedé varado en un sillón, la impotencia de no poder pararme me daba ganas de llorar. Llamamos al seguro y fuimos a una clínica. Volvimos, compramos los pasajes para dos días después y pensamos que ya podíamos relajarnos. Error.
11: Miedo, otra vez
Cada vez más países negaban la entrada a chinos y a vuelos procedentes desde China. A la tarde del día siguiente nos dimos cuenta que, desde la página web donde compramos los tickets, nos habían cancelado nuestros pasajes. O sea que todavía no teníamos pasajes para salir de Pekín.
12: ¿Cuánto estrés se puede soportar?
Volvemos a comprar pasajes. Nos llega la confirmación del pasaje. Listo. ¿Listo? En China nada es fácil. A la tarde otra vez recibimos un mail pidiendo información, les mando y no me responden, les mando de nuevo y nada. Con los nervios hasta el cogote decidimos ir al aeropuerto temprano, aunque nuestro vuelo fuera a las 20:00.
13: La salida
Llegamos al aeropuerto a las 12:00, ocho horas antes. Averiguamos, y todo estaba bien. Parecía que era demasiado fácil, así que volvimos a preguntar y sí, no había ningún problema con nuestros pasajes. Por fin nos podíamos ir de China.
14: El final
Aterrizamos en Filipinas, con miedo y paranoia, ¿nos dejaran entrar? Sí, ya estamos adentro, solo nos pidieron completar un formulario diciendo que no teníamos síntomas. Se terminó el cuento chino. Parece que las cosas se acomodan y nos podemos relajar. Ah, la espalda sigue doliendo. Ah, noticia de último momento: el dueño del hostel de Osaka, donde hicimos un voluntariado, acaba de avisarme que encontró la tarjeta (que hace dos meses le pedí tantas veces que mirara si la encontraba…) ¿Se imaginan todo lo que hubiera cambiado si la teníamos hace dos meses? Todas nuestras decisiones cambiaban.
(CONTINUARÁ)
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