El abordaje del abuso sexual en la infancia ha cobrado en los últimos años una nueva visibilidad en la literatura, impulsado por la marea feminista y el movimiento “Me Too”, que alentó las condiciones para que esta temática se afianzara en autoras como Claudia Aboaf, Luciana De Mello o Belén López Peiró, quienes, a diferencia de incursiones anteriores más sutiles o periféricas, le dieron dimensión central a este tema difícil de nombrar, porque remite a situaciones que a veces suceden en un ámbito familiar donde el abuso se ignora o es silenciado, cubriendo de vergüenza y culpa a la víctima.
Antes de este signo de los tiempos alentado por la agenda feminista, el tema había aparecido en la literatura de un modo romantizado, en obras se convirtieron en verdaderas piezas literarias, como el caso de «Lolita», del ruso Vladimir Nabokov, pero donde los personajes eran descriptos de manera provocativa a través de arquetipos, como el la niña que seduce al adulto, con lo cual el abuso quedaba en una zona borrosa, de legitimación, donde la responsabilidad del abusador se diluía.
«Antes se romantizaban situaciones que a la luz de la conciencia actual son abusos. ‘Lolita’ de Nabokov o ‘Luna caliente’ de Giardinelli, no es que no sean buenísimas, pero están en clave erótica: las niñas aparecen provocativas con una actitud que invita al adulto», dice la traductora y escritora Virginia Feinmann, que tiene un taller de lectura de cuentos sobre abuso sexual infantil que formará parte de la programación cultural de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Rosario.
«En ‘El marica’ de Abelardo Castillo, ese niño obligado a debutar con una prostituta, muerto de miedo y asco, eso también es abuso, pero hace 60 años nadie lo iba a leer así. Hay otra conciencia y un trabajo de lectura que es interesante hacer», afirma la autora. Una diferencia de esta tendencia la configuró en Argentina Silvina Ocampo, quien con el cuento «El pecado mortal», publicado en 1961, puso el tema del abuso como eje del relato, dice Feinmann.
Carlos Mastrángelo, antologista de «25 cuentos magistrales argentinos», donde aparece el cuento de Ocampo, sostiene que «sin entrar a considerar el enfoque interpretativo de la autora, o el juicio que los hechos de este cuento le sugieren, con solo abordar un tema tan espinoso se ubica a Silvina Ocampo en algún sector del cuento de avanzada». «En esta rara y profunda creación, ‘lo horrible imita lo hermoso’, según las palabras de su propio texto. Aparentemente, no hay en esta pieza nada de vanguardista. Pero luego no nos resulta difícil llegar a la conclusión de que por el atrevimiento del asunto, la altura y la maestría con que está desarrollado y la delicadeza y decoro de su lenguaje, no solo es un cuento extraordinario, lindante a la vez con lo crudamente sexual y con lo poético, sino que ninguna o muy escasa afinidad ofrece con los cuentos comunes de la misma época», considera Mastrángelo.
Feinmann, autora de relatos donde da cuenta de su propia experiencia sobre el abuso en la infancia, considera que la decisión de revelar estos hechos mediante una pieza literaria tal vez radique «en la necesidad de nombrar aquello que se escapa del campo de lo observable. Quizá la literatura sea ese esfuerzo incesante por mostrar el dolor, por volverlo visible, de mil maneras, en miles de escenarios distintos, con personajes excéntricos o aburridos, jóvenes o viejos, argentinos, noruegos o chinos, lo que late, y lo que subyace en cada historia es, tal vez siempre, el dolor».
La escritora cuenta cómo pudo empezar a escribir sobre el tema: primero volcó en Facebook, donde figuraba no con su nombre, sino con el de su librería. «Lo hice en primera persona porque había terminado de leer ‘Informe bajo llave’ de Marta Lynch y ella ahí narra un romance muy terrible con un represor y lo relaciona con ‘el horror de la infancia'», recuerda. El tiempo le permitió ver «las veces que había estado en relaciones, humillantes», y así armó «un texto donde el abuso no era algo fijado en la infancia, sino que seguía actuando en mí de distintas formas: desórdenes alimentarios, aventuras con gente espantosa, policías, tipos casados. Al final circuló tanto que lo terminé incluyendo en mi primer libro», dice Feinmann.
«Ahora estoy con mi tercer libro y me di cuenta (tarde) de que todos tienen ‘algo’ de la sexualidad mal ubicada, un geriátrico, un cuadro incómodo, amigas que cruzan a perros de la misma familia. Creo que hay infinitas formas de narrar lo imperdonable», afirma.
Claudia Aboaf, autora de la novela «El ojo y la flor», donde se narra de manera poéticamente dolorosa el abuso de una niña, considera que «la marea feminista fue un bálsamo para muchas mujeres que hablaron por primera vez al sentirse acompañadas» sobre el abuso, como le ocurrió también a la actriz Telma Fardín al denunciar a Juan Darthés.
Otras autoras también dieron cuenta de situaciones de abuso, que fueron facilitadas por el silencio cómplice de los adultos como denunció la autora francesa Vanessa Springora en «El consentimiento», donde narra su relación con el escritor Gabriel Matzneff siendo prácticamente una niña, la novela «Donde no hago pie», en el que en clave autobiográfica Belén López Peiró vuelve sobre el abuso cometido por su tío; o «Mandinga de amor», donde Luciana De Mello, que narra una historia de abuso familiar e incesto.
Cuenta Claudia Aboaf que cuando comenzó a escribir la primera parte de «El Ojo y la flor», llamada El libro de Juana, tuvo que recomenzar más de una vez. «Sentía que no alcanzaba ‘la voz de la garganta’, el grito silencioso pero brutal de una niña muy pequeña a quien abusaban de manera reiterada. Maniobraba con el texto sin dar con esa voz. Hasta que apareció una voz en «segunda» que le dice a la narradora omnisciente que vaya más a fondo. Que use las palabras como pala para desenterrar lo más crudo, lo más terrible. Esa voz en segunda vino a tomar las riendas del relato».
«Hacia el final de la novela tuve la necesidad de recuperar a esa Juana que huye de la realidad y deja su cuerpo en un sillón delante de la pantalla. Tiene una recuperación extraña, la que puede, retoma su propia voz visiblemente alterada», explica. «Tal vez la ficción nos permita visibilizar el horror con la poesía, la metáfora que viene en ayuda, pero no elude nada», considera Aboaf, quien señala que si bien «se puede aseverar que tardó en aparecer el tema en la literatura, sobre todo está tardando en la vida de la gente atravesada por esta aberración que arruina».
La autora junto a otras escritoras participó de una nueva antología sobre abuso sexual en la infancia que se editará este noviembre por el sello Alfaguara. «Le hemos puesto voz a los abusos sufridos por personas que hoy son adultxs. Hay que hablar de esto, palabra mata silencio», afirma.