Por Mario Trecek
Los riotercerenses, valga paradoja, fuimos carne de cañón, de nuestro propio sustento, las armas. Nos autoflagelamos, nos infringimos el dolor, que le propiciamos a otros, por ejemplo, a los peruanos, y ni hablar de los habitantes de los Balcanes, donde los techos como los de las familia Garayalde, fueron horadados, perforados, como todo su cuerpo social, dejando un hueco difícil de colmatar, de cicatrizar.
Una película emotiva y conmovedora. Un padre regala una filmadora, y desde ahí, los niños, jugando, cumplen a rajatabla aquello de que los rodajes tienen que llevarse a cabo en locaciones reales. No se puede decorar ni crear un set. Y Natalia Garayalde y equipo nada inventan, no arman escenarios: toda la ciudad lo fue, todos fuimos protagonistas. Y valiéndose de imágenes privadas como colectivas arman un rompecabezas, un puzle que se cayó de la mesa y hay que rearmar. Su familia, y a través de ella la familia riotercerense, se muestran en un antes y un después. Un damero estallado, un recorrido urbano destruido.
Esta película, tan premiada en el mundo ya, comenzó con premio en Corea; y de ahí tomo las palabras del filósofo surcoreano, Byung-Chul Han, de su “Topología de la violencia”, que plantea “tanto la violencia como el poder son estrategias para neutralizar la inquietante otredad, la sediciosa libertad del otro”; y eso hizo la violencia con nosotros, nos sacó de la ciudad bucólica del progreso, para ponernos en el “Noveno círculo”, parafraseando a la novela escrita por Esteban Garayalde, padre de la directora.
Dante, en la Divina Comedia, ubica en el Noveno Círculo a los traidores, a quienes diferencia de los simples fraudulentos, y el Código Penal, art. 386, condena a aquellos que cometen el delito de engañar y aprovecharse del error ajeno con lucro indebido. ¿Por qué vivían y viven tan cerca de los polvorines? Pregunta recurrente fuera de los límites de Río Tercero.
Las imágenes que muestra la película las hemos visto cientos de veces los riotercerenses. Los integrantes del grupo “Un cauce común”, interdisciplinario cultural, llevamos a todos los pueblos vecinos, música, pinturas, poemas, esculturas, y hoy están en el Museo Histórico de la Casa de la Cultura. Proyectamos algunas de estas imágenes, hasta presentarlas en el Teatro del Libertador General San Martín, de la capital cordobesa. Esta película contextualiza, lleva de lo mínimo a lo máximo, de los privado a lo colectivo, con ternura. Te hace llorar, pero también saca una sonrisa cómplice, porque, en medio del horror, el humor encuentra su espacio. También la bronca, como cuando vemos a Menen y Mestre padre, con la perversa recomendación (mejor dicho, imposición): “Ustedes, como periodistas, tienen la obligación de decir que esto no fue un atentado”, con una sonrisa cínica, igual de perversa, como la del juez que, como un “gentleman” con un sobretodo a los hombros, muestra una sonrisa socarrona, de altanería: miren cómo les contesto, sin ponerme colorado. Y hasta el periodista más atrevido se queda con una repregunta atragantada. Hoy le llamamos posverdad: los 90 fueron el inicio descarado del neoliberalismo, que hoy lo vemos en los políticos, que mienten sin ruborizarse.
La película tiene codas y cotos. El coto es su casa, su ciudad. La coda, es el testimonio importante de Omar Gaviglio: nos relata el contexto fabril y la demostración de la imposibilidad de que una chispa haga detonar el tambor de trotyl; y el testimonio de la única querellante, la Dra. Ana Gritti, inevitable, por su capacidad de poner el foco en donde había que ponerlo, y también puso su cuerpo, hasta el último día de su vida. Causa que logró instalar a nivel nacional, como hoy lo hace esta película.
Este film documental propone una mirada actual sobre las permanentes emanaciones de fósforo, fósgeno, nítrico, sulfúrico, 2-4 D, y otros. Y, sobre todo, la gran pregunta, y el acicate, para una segunda entrega, la ruta “Balcanes”. Un interrogante de la directora: si el pueblo peruano nos mira con recelo, ¿cuál será la mirada de los croatas, sobre los causantes indirectos de tanto dolor, muerte y desolación?
Tengo un taller de marcos y recuerdo que un operario de FM enmarcó unas fotos de su viaje como “Casco Azul” a los Balcanes, para que los unos mataran a los otros con mayor eficacia. Y despanzurrarles la casa con una bomba de 35mm, como le sucedió, en barrio Villa Zoila, a la casa de los Garayalde; o la del noticiero de Cablín en la película, donde los reporteros de guerra, al modo de Mónica y César, Nati y Nico, no encontraban la casa de una amiga, o vecina. ¿Porque no la reconocían, o estaba totalmente derrumbada?
La productora Eva Cáceres; los montajistas Julieta Seco y Martín Sappia; y el otro crédito valioso, Juan Bianchini en la fotografía, han hecho de este producto fílmico un aporte valioso, gracias entre otros aportes del INCA y el Polo audiovisual de Córdoba, producto que ha sido reconocido tantos festivales internacionales.
Película con una trama, un relato, que logra que lo íntimo, la foto familiar, se expanda, con ternura, suave como el conejo que participa en las imágenes triscando el pasto del patio, alrededor de la pileta de natación donde antes los chicos chapoteaban y luego, como toda la ciudad, fuera un pozo lleno de ramas y cicatrices de bombas sin estallar, durmiendo un horror, que, de despertar, sería nueva pesadilla, una esquirla incandescente. Esquirlas, palabra que no figuraba en el diccionario de los habitantes de nuestra ciudad.