En las estrategias geopolíticas, los planes B son necesariamente traumáticos ya que implican lograr cambiar aquello que fue constitutivo del plan A, por lo que quienes lo lideren deben lograr no solo que su propuesta sea racionalmente viable, sino que por convencimiento, aceptación o sometimiento, de los que estén menos dispuestos o tengan que perder individualmente se sometan a él por miedo a algo peor.
En estos días, de cambios de 180° de varios de los actores geopolíticos más importantes, es visible y es posible analizar algunos de esos casos.
Cuando Europa aceptó ser protegida por EEUU y la OTAN durante la guerra fría de alguna forma aceptó las condiciones que aquellos le imponían. Pero el fin de la guerra fría debió hacerla cambiar procurando salir de esa comodidad en donde EEUU no solo pagaba por su defensa, sino que también le “permitía” seguir desarrollándose y sosteniendo su Estado de Bienestar.
Así fue perdiendo influencia, sobre todo cuando surgió China como nueva potencia mundial y debió aceptar expandir la OTAN hacia Rusia, mientras ingenuamente dependía más de ella en la provisión de energía barata que aún hoy se sostiene, a pesar de los 16 paquetes de sanciones impuestos a Rusia.
Eso produjo que Rusia se sintiera amenazada, mucho más cuando se rompieron los acuerdos del fin de la guerra fría que le garantizaron –aunque no escribiéndolo en ellos- que la OTAN no se expandiría hacia el Este.
Cuando se destruyó el gasoducto Nordstream II sin que nadie dijera nada, luego que los acuerdos de Minsk firmados con Ucrania con aval de Alemania y Francia no se cumplieran en absoluto, Rusia dejó de confiar y se lanzó al ataque, más allá de las consideraciones morales que nos merezca esa acción.
Hoy el gobierno de EEUU ha abandonado a Europa a su suerte, amenazando con imponerles aranceles y excluyéndola de los acuerdos con Rusia por Ucrania que se reparten sus recursos naturales.
Europa está perdida, sin rumbo, abandonando sus ideas sobre el cambio climático y proponiendo tarde un rearme para asumir su propia defensa mientras sostiene su enfrentamiento con Rusia y China e inicia otro con EEUU. O sea sin plan B que no sea acelerar su decadencia.
Con Trump es difícil determinar cuál es el plan A y si existe un plan B. Lo predominante es afirmar que su estilo de negociación es el que se denomina “el loco”, que busca mantener la tensión, desconcertar y así obtener beneficios. Un comportamiento típico de personas muy poderosas que con sus modos generan miedo lucrando con él.
La más común de las interpretaciones es que su política de aranceles a México, Canadá, China, así como a Europa y el resto de los países, parece estar orientada a mejorar su balanza comercial deficitaria.
Pero eso no es muy coherente por las consecuencias que puede producir hacia los mercados y empresas estadounidenses vinculadas con esos países en su cadenas de suministros.
Eso ha llevado a algunos a intentar deducir estrategias ocultas en las que los aranceles y otros anuncios rimbombantes –el Canal de Panamá, Groenlandia, etc.- son tácticas para lograr otros objetivos más urgentes y/o importantes.
Los supuestos más verosímiles indican que EEUU y Trump tienen un problema agudo de corto plazo y otro más estratégico de largo plazo.
El problema agudo es que el gobierno de Biden dejó una enorme deuda a cortísimo plazo -10 billones en 2025- que deberá ser renovada con nuevas emisiones de bonos cuyas tasas la Reserva Federal enfrentada con Trump tenía previsto elevar, con lo que los gastos de intereses igualarían lo que el Estado gasta en armamento.
Por ello con la amenaza o aumento de los aranceles, está generando una recesión que llevaría a la Reserva Federal a bajar los tipos de interés, mientras los mercados de acciones bajan sus cotizaciones y estarían dispuestos a prestarle al Estado mediante bonos a menor costo y mayor plazo que el que hubieran pretendido si el mercado de acciones continuaba subiendo.
El problema estratégico y de largo plazo, es que EEUU es hoy el mayor deudor del mundo, tanto por la deuda en bonos acumulada como por los dólares que tienen en sus Bancos Centrales sus principales competidores, por lo que se hace insostenible su liderazgo financiero o seguir financiando guerras o aliados en todos lados. Cambiar eso, implica aceptar que es inevitable un mundo multipolar, lo que obviamente no puede decir.
Eso produciría la puesta en marcha de un Plan B, ante la insostenibilidad del plan tradicional de dominar con el dólar, guerrear e intervenir en todo el mundo que estaba llevando a EEUU a una derrota masiva en lo financiero y finalmente en lo económico y militar.
Por supuesto que si fuera así, sería una jugada riesgosa, pero podría evitar que el único perdedor fuera el propio EEUU si los demás países –poseedores de bonos de deuda y dólares acumulados en sus Bancos Centrales- se unieran más, como lo vienen haciendo en diversos ámbitos, en especial los BRICS, reduciendo sus tenencias de bonos y dólares, aumentando las de oro y otros activos estables, y comerciando en sus propias monedas.
Coherente con esta hipótesis de Plan B, ha sido su vehemente amenaza a los BRICS de imponerles un 100% de aranceles si buscan eliminar al dólar creando una moneda propia, lo que ha sido públicamente negada por China ante la propuesta de Lula da Silva.
No sabremos nunca como hubiera sido con un triunfo demócrata, pero no eran pocos los especialistas y grandes inversores de EEUU que auguraban un colapso total, en el que los dólares se devaluaran rápidamente porque los Bancos Centrales se deshicieran de ellos y en la medida que EEUU no podría pagar los crecientes intereses de sus bonos, considerados hasta hoy la inversión más segura.
En definitiva, el supuesto Plan B de Trump evitaría esa situación disminuyendo los intereses que paga, forzando a los inversores en acciones a venderlas para comprar bonos con tasas menores y mayor plazo ante la amenaza de una recesión mundial y evitando que los Bancos Centrales vendan sus tenencias de dólares y no renueven sus inversiones en bonos de EEUU.
En ese contexto e hipótesis, Argentina siguiendo a Trump como plan A, solo puede terminar económicamente como Ucrania que entrega sus recursos naturales a EEUU y Rusia, por haber seguido el plan guerrero de la OTAN y Europa en la que han perdido.
Un Plan B, implicaría aprovechar la supuesta desvalorización del dólar que disminuiría el peso de su deuda, aprovechar ese ahorro para capitalizarse e integrarse activamente a las cadenas de valor internacionales, negociando inversiones con todos los otros polos de este mundo multipolar en defensa de su soberanía que incluyan transferencias de tecnologías y generar desarrollo nacional. Pero obviamente eso está muy lejos de lo que impulsa el actual gobierno y aceptan sus opositores “amigables”.