En febrero de 1960, momentos de semi democracia, el sur de la ciudad de Córdoba sintió la explosión más grande de su historia. Los depósitos de la petrolera Shell volaban por el aire y lo que pudo haber sido un accidente, fue otro capítulo de la extensa historia de violencia política argentina.
Hubo un gobernador de Córdoba que murió sin saber que su yerno también ocuparía ese cargo, el de gobernador, y que una de sus nietas sería diputada.
Hubo un gobernador de Córdoba que murió sin saber que su yerno y su nieta formarían parte del partido antagónico al que él pertenecía: él, el gobernador, radical; ellos, yerno y nieta, peronistas.
Lo que sí supo el gobernador radical de Córdoba, a quien le decían ‘el rengo’, fue que sus propios amigos lo traicionaron a plena luz del día. Y que ese día de la traición dejaría de ser el gobernador de Córdoba.
Arturo Zanichelli comandaba esta provincia cuando el 16 de febrero de 1960, el barrio San Fernando interrumpió su silencio de calles solitarias. Los depósitos de combustible de la planta de la Shell explotaron por los aires generando un estruendo que ensordeció a Córdoba. Inmediatamente se supo que no se trataba de un accidente: las bombas estratégicamente ubicadas habían hecho su trabajo. El desastre enlutó al país: 15 muertos, decenas de heridos, daños materiales incalculables y todas las sospechas políticas posibles. ¿Quiénes habían sido? ¿Cuál fue el objetivo buscado con la detonación?
El mendocino Zanichelli, radical sabattinista que defendía públicamente la doctrina obrera de don Amadeo, apenas asumido en 1958, se mostró cercano a los sectores perseguidos del peronismo y el sindicalismo. Córdoba tomaba impulso para lo que se venía en los ‘60 y Zanichelli, amplio y democrático, recibía y escuchaba a todos. Tosco y Atilio López comenzaron sus carreras en esos años. Pero no sólo ellos. Zanichelli, creyendo que así lo podría controlar, incluso le abría las puertas de su despacho al exponente máximo del fascismo mediterráneo, el cordobés Coco Pedrotti.
Esos diálogos, y la democracia misma, se paralizaron el 16 de febrero cuando todo voló por los aires. El poder militar, que ya condicionaba a Frondizi, detuvo a los peronistas. Bercovich Rodríguez, Antún, Andruet y varios más. Se inició una persecución a todo aquel que oliera a pólvora y se culpó directamente al gobernador: su permisividad al peronismo y a la izquierda han generado eso.
Sin embargo, ni la izquierda ni los peronistas cercanos a Zanichelli habían sido los responsables. Responsables que nunca fueron juzgados: el crimen colectivo aún sigue impune. Muchos años después se supo que quienes habían hecho explotar los depósitos de la Shell era un grupo de cordobeses que integraban la Alianza Libertadora Nacionalista, organización comandada inicialmente por Guillermo Patricio Kelly que se reconocía peronista, nacionalista, de derecha y filo nazi. El líder en Córdoba era el hoy olvidado Coco Pedrotti, emblema del fascismo cordobés que se paseaba por los despachos de la Casa de Gobierno y que en el futuro encabezaría la represión ilegal de la dictadura.
Detrás de los jóvenes bombistas estaba, moviendo los hilos desde las sombras y aportando los explosivos, Bernardo Gordillo, el ex jefe de la sección de Orden Público durante el primer peronismo. A Gordillo le decían María Luisa: se burlaban de él porque era algo petiso, excedido de peso y, dicen las descripciones de la época, deforme: un Quasimodo cordobés con alma de torturador y armado. Gordillo, o María Luisa, policía represor, además era homosexual, algo que en la época era cuestionado tanto por derecha como por izquierda.
¿Y Zanichelli, el gobernador que nunca supo que su futuro yerno también ocuparía ese cargo? Cuando el sur de la ciudad explotó por los aires en aquel febrero de 1960, comprendió que vendrían por él. Su ex amigo Arturo Frondizi, entonces presidente del país, ordenó la intervención de la provincia y ‘el rengo’ Zanichelli viajó a Buenos Aires a presenciar la sesión del Congreso donde se votaría el fin de su gobierno. Y allí fue donde el viejo radical sabattinista, abuelo materno de Natalia De la Sota, dijo con elocuencia y pena:
– Vengo a ver cómo me degüellan mis amigos.