Sr. Director:
En la portada del Hoy Día Córdoba del pasado 2 de noviembre, en el habitual espacio “El Dato” pudo leerse: “el ruido es considerado el segundo factor causante de enfermedades ambientales, como la pérdida de la capacidad auditiva y alteraciones del sueño”. La indiscutible referencia es, sin embargo, incompleta considerando los innumerables perjuicios de la contaminación acústica, que no se limitan a la incomodidad y la molestia que genera: se sabe que afecta el rendimiento cognitivo, disminuye la atención, perturba el aprendizaje, disminuye la memoria, provoca trastornos del sueño y su consecuencia, la somnolencia diurna, aumenta el estrés e incluso, se asocia a enfermedades cardiovasculares.
Los expertos señalan que el daño a las delicadísimas estructuras auditivas no se regenera y se va acumulando, así que cuanto más temprano ocurren en la vida, ocasionan más y más graves lesiones.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) acaba de informar que a causa del ruido cada año se pierden en el planeta más de 1,6 millones de años de vida saludable (promedio de años esperados disfrutando de buena salud, sin limitaciones funcionales ni discapacidad). Es fácil suponer entonces que la persistencia de este nocivo hábito aumentará la frecuencia de sordos, torpes, enojados, distraídos, ignorantes y desmemoriados… también de insomnes, pero dormidos de día, estresados y hasta infartados.
Estamos diseñados para percibir sonidos naturales y hasta disfrutarlos, como el murmullo de los arroyos o el canto de los pájaros; y soportamos los muy potentes, como el trueno porque son poco frecuentes y efímeros; no así los ruidos constantes de las urbes modernas que agreden prepotentemente en todo tiempo y lugar. A este “ruido de fondo” se suelen imponer fuertes estridencias pretendidamente musicales en salas de espera, tiendas, paseos, bares y reuniones, impidiendo la charla amable y compitiendo con el discurso desplegado por un relator o en documentales que ocultan sin disimulo sonidos naturales de animales o espléndidas cataratas. Parece que fuera imprescindible la agresión reiterada e incansable eludiendo el silencio necesario, reparador y reconfortante que da paso a la reflexión, la nostalgia, la imaginación creadora… Pero, sin lugar a dudas, el colmo de la violencia sobre los frágiles soportes del oído es el que producen los automotores, muy especialmente las motos, deliberadamente ruidosas como para impresionar sobre su potencia. Sus jóvenes conductores ignoran que serán los sordos más precoces de la comunidad. Además, apena advertir que en esa diversión se conforman sólo aturdiendo a sus vecinos o arriesgando la vida en carreras callejeras.
Tal vez no sea necesario tomar alguna decisión algo extrema, como ocurrió en la ciudad europea de Dubronic, en donde se prohibió las maletas con rueditas porque perturbaban el sueño de los residentes de las zonas turísticas. Sin embargo, considerando la gravedad y frecuencia de los trastornos comentados en párrafos anteriores, la inversión requerida para instalar retenes aleatorios en diferentes horarios y en puntos rotativos de la ciudad, retirando de circulación los vehículos que transgreden las directivas vigentes e imponiendo las multas pertinentes, es casi insignificante considerando la eficacia y eficiencia de la prevención de asuntos vinculados a problemas comunitarios de salud.
Los cordobeses, señor Director, tenemos la esperanza a partir del 10 de diciembre próximo que las nuevas autoridades municipales consideren esta cuestión en su verdadera magnitud. Más aun teniendo en cuenta que el flamante intendente Daniel Passerini, recientemente elegido por el voto popular, es médico. Así, suponemos que no olvidará las enseñanzas de sus maestros en aquellos tiempos universitarios.
Jorge Pronsato